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TerrorMolins

15 octubre, 2020

Sitges 2020 ~ Día 7

Hemos pasado ya el ecuador del Festival y seguimos viendo títulos más que interesantes, aún habiendo tenido este año una cosecha bastante reducida por los motivos que ya conocemos todos. Por esa misma razón, también es de agradecer el esfuerzo que programadores y organización han realizado para poder llevar a cabo un certamen en condiciones fantásticas. Pero demos un repaso a lo que aconteció la jornada de ayer.

Comenzábamos la sesión matinal con una nueva verión del clásico Peter Pan de Disney y su punto de vista tan particular, Wendy de Benh Zeitlin.
En su momento este director ya nos dejó asombrados en este mismo festival con una película que llegó al corazón de muchos de los espectadores que estábamos allí presentes, Beasts of the Southern Wild (2012), gracias sobretodo a la forma de expresarse en pantalla con una historia que a través de la fantasía buscaba la esperanza allí donde no la había. Para esta ocasión, vuelve a tratar el tema infantil de la mano de unos personajes ya conocidos por todos, dándole una vuelta de tuerca pero manteniendo el elemento principal intacto: la ilusión infantil.

Cambiándolo prácticamente todo, desde el entorno donde se desarrolla hasta la historia de cada personaje, la verdad es que el trabajo realizado nos vuelve a inundar con sus metáforas sobre la vida y sobre todo aquello que con el paso del tiempo, muchos de nosotros nos dejamos por el camino y no volvemos o queremos recuperar. La dirección con niños es excelente y el tono de cine de aventuras mezclado con el drama lo resuelve a la perfección. Una nueva visión que seguramente volverá a encandilar a aquellos que quedamos impresionados con las películas de este director.

La siguiente de la mañana era la producción La nuée, de Just Philippot, la cual sorprendía al público con una propuesta realmente inquietante.
La película se centra en una joven madre que, con sus dos hijos acompañándola y ayudándola, intentan llevar adelante un negocio ecológico de venta de langostas para consumo humano con el fin de salir del paso económicamente. Pero la propuesta no tiene la salida que se esperaba, viéndose obligada a tomar medidas drásticas para solucionarlo opuestas a su forma de pensar, o a la espera de un milagro que, el cual llegará, pero no sin sacrificio... aunque eso sí, con excelente demanda.

No es necesario valerse de grandes escenas explícitas para crear el horror necesario en una película de género, y con esta primera incursión en el largo del joven director francés queda demostrado. La tensión que crea añadiendo los diferentes frentes que asolan a la protagonista, tanto en el aspecto familiar, como laboral, y a nivel personal, hacen que el espectador se vaya encaramando en la butaca en espera de una resolución viable, la cual no parece llegar nunca. Es más, empeora a cada minuto que pasa con las medidas a la desesperada que se van tomando, incomodando cada vez más y más. Muy recomendable.

La siguiente en nuestra agenda era la producción rusa Ich-chi, del director Kostas Marsaan.
En una poco habitada zona del norte de Rusia, una familia se reúne de nuevo al tener uno de sus hijos problemas con las deudas. Su vuelta no será del agrado de todos, así que poco a poco irán floreciendo los roces que durante tanto tiempo se han ido guardando entre ellos y crearán el malestar en la casa. Pero este no será el único problema, ya que algo sobrenatural que ha permanecido latente durante muchos años despertará para cobrarse una deuda.

No es muy frecuente ver películas rusas de género en este Festival, y mucho menos si no son megaproducciones que puedan exportarse a nivel internacional. En este caso, además, podemos hablar de cine de autoría, con un reflejo muy personal de lo que la madre Rusia a dejado como legado a sus actuales ciudadanos y a la decadencia a la que les llevó. Como componente extra le añade ese toque tradicional, recuperando lo que seguramente son las típicas historias de miedo que pasan de generación en generación. Una película que por su estructura y desarrollo pausado seguramente no será del agrado de todos, pero que merece al menos una oportunidad.

Cambiábamos de género hacia la ciencia ficción con la prometedora Archive, primera película como director de Gavin Rothery.
En una localización alejada de la urbe, un ingeniero vive aislado trabajando para una corporación con el fin de dar luz a un proyecto de robótica muy ambicioso: dar vida a un androide para que actúe lo más parecido a una persona humana. Pero como en toda investigación, hay parámetros que se escapan y pueden suceder cosas que no se tenían previstas.

La carrera de este novel director ha sido dedicada al diseño y producción de efectos especiales para películas de ciencia ficción, aspecto que nos ha atraído considerablemente para añadirla en nuestra agenda. Por ese apartado no ha habido ningún problema, la verdad, y la historia tampoco está mal del todo. La única pega es que se le nota de lejos los giros de guión que va a tomar, así que su desarrollo se queda en un simple entretenimiento, aunque bien trabajado. Entretenida, pero no va más allá.

Seguíamos con una producción de género latina, y eso es siempre de valorar. Se trataba de la película Inmortal, del director argentino Fernando Spiner.
En un futuro no muy lejano, una empresa se dedica a recuperar la conciencia de las personas que fallecen para introducirla en un mundo virtual donde pueden proseguir con sus vidas. Es una empresa a la que no puede acceder cualquiera, así que nuestra protagonista tendrá que indagar hasta el fondo para saber el por qué ha estado viendo a su padre si hace unos años que desapareció. Esto la llevará descubrir una trama que va más allá de todo lo conocido hasta ahora.

Leyendo la premisa de la historia, uno ya le encuentra similitudes con la magnífica película que todos tenemos en mente, y realmente la base es prácticamente igual. Lo malo es que la variación que se le ha añadido en su argumento para diferenciarla no hace que marque la diferencia y se queda todo en agua de borrajas. La historia no es atractiva y su desarrollo deja mucho que desear, así que poco la hemos podido disfrutar.

La última de la jornada en nuestra agenda era la fantástica Come true, primera incursión en el largo del joven director Anthony Scott Burns.
Sarah es una joven que sufre pesadillas constantes provocadas por una posible depresión que la castiga día a día. Sin tener a nadie a quien recurrir, se apunta como voluntaria dentro de un proyecto de estudio sobre esa misma materia que está promoviendo una universidad. Allí empatizará con el supervisor jefe, dándole pie a conocer un poco más sobre el por qué de las pruebas que se hacen, llevándola a un descubrimiento algo inesperado.

Este es el tipo de películas que definen a la perfección un Festival de esta índole, ya que contiene todos los parámetros posibles para que sea una experiencia completa dentro de la sala de cine. Partiendo de una base en la que montar su historia, su desarrollo va in crescendo cada vez más sin dar tregua al espectador hasta el final de la misma. Un viaje al que todos los añadidos suman, desde la genial banda sonora hasta la fantástica interpretación de nuestra protagonista principal, la cual transmite al espectador ese viaje en montaña rusa que sufre internamente. Una obra muy recomendable y muy a tener en cuenta.

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