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TerrorMolins

14 noviembre, 2017

Terrormolins 2017 ~ Día 4

Ayer la jornada transcurrió con una selección de películas poco habitual en este festival, quizá algo alejadas de la identidad propia que ha ido adquiriendo a largo de los años por los contenidos de su programación. Aún así, creo que el espectador no tuvo ningún problema en dejarse llevar por esos caminos que cruzan la línea de la violencia extrema o los baños de sangre gratuitos.

Así pues, la tarde comenzaba con la producción nacional Compulsión de Ángel Gómez.
Una película que ya pude ver en el pasado festival de Sitges y que me dejó con un buen sabor de boca. Ópera prima de este director el cual lleva a la gran pantalla una historia que él mismo firma también como novel. Con pocos recursos pero muy bien administrados, este thriller con tintes de terror que dura poco más de un ahora se hace muy entretenido aún teniendo un argumento bastante usual. Un poco a tener en cuenta las escenas donde interactúan los personajes, las cuales pierden bastante fuerza, pero en conjunto muy bien.

La siguiente película del primer turno de doble sesión era Downrange de Ryuhei Kitamura.
Sencilla en su argumento pero desarrollada eficazmente, esta película sobre el acoso de un francotirador a un grupo de jóvenes en mitad de la nada puede parecer más de lo mismo, pero no. En el primer tercio tontea con la típica presentación de los protagonistas poniéndonos en situación, en el segundo mantiene la tensión del acoso hacia los mismos y en el tercero hace explotar un castillo de fuegos artificiales que a más de uno nos ha hecho sacar unas buenas risas. Una pequeña gran película de esas que solo pueden verse en este tipo  de festivales.

Tras el pequeño descanso comenzaba la segunda sesión doble, no apta para todos los gustos ni para todos los estómagos. La primera de ellas fue Habit de Simeon Halligan.
La película viaja entre el thriller y el terror sin conseguir esclarecerse en ninguno de los dos ámbitos, dejando al espectador a la espera de ver algo más que las explícitas imágenes semieróticas y semigore. Una historia que genera interés desde sus inicios pero que se queda solamente en el viaje de la transformación de su personaje hacia un estado de plenitud y de gracia compartido con otros componentes de la denominada familia. Una lástima, ya que la factura es más que correcta para una película de carácter independiente, así como sus actuaciones, pero no termina de cuajar del todo.

Y para rematar la noche, la locura japonesa Meatball Machine Kodoku de Yoshihiro Nishimura.
Típico splatter dirigido casi exclusivamente a un target de público concreto que sea muy fan de este subgénero. Aún así, si uno quiere introducirse en este pequeño y bizarro mundo, nada mejor que hacerlo de manos de sus reyes por excelencia, los japoneses. En esta secuela de Meatball Machine (Yudai Yamaguchi, 2005), Nishimura toma el relevo y se actualiza a sí mismo con esta película que seguramente no dejará indiferente a nadie. Desvergonzados en todo, no les importa realizar aquello que les viene en gana y como les da la gana, dejando como resultado un festival de risas y sangre hiper-exagerado para disfrutar en compañía. Quedan ustedes avisados.

Paralelamente y de forma totalmente gratuita, se han proyectado también Cannibals and Carpet Fitters (James Bushe, 2017) y The Heretics (Chad Archibald, 2017) en el espacio la Sala Gòtica.

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